martes, 1 de septiembre de 2015

Se acerca el día D

Este embarazo está a punto de acabarse, y lo cierto es que me da penita, porque no creo que vuelva a meterme en una de estas. No habrá más ocasiones de plantarse con las manos en la barriga enfrente de un adolescente ensimismado en el metro, no más comportarse como una loca y echarle la culpa a las hormonas y no más servirse las tres últimas porciones de helado y mirar desafiante a mi media naranja (atrevete, atrevete a decir algo). Voy a agradecer, claro está, poder volver a cortarme yo misma las uñas de los pies, tumbarme boca abajo y dar vueltas en la cama sin bufar, resoplar y sentir como si estuviera cambiando de posición a un bebé ballena, pero lo cierto es que no me puedo quejar. Quitando cuatro Kleinlichkeiten me encuentro fenomenal.

Aquí puede que hablen las hormonas y no yo, pero incluso me hace mucha ilusión la nueva incorporación al equipo trilingüe. La memoria hace cosas muy extrañas en la cabeza de una embarazada y resulta que apenas me acuerdo de las noches sin dormir, el drama de olvidarse la ropa de recambio, y ese estrés contínuo de los padres primerizos porque el bebé hace cosas imprevistas cada día como echar una caquita verde o tener la cabeza irregular, o de pronto subirle la fiebre a 37. Al guardar la ropita en el armario me viene algún flashback. Mmmm, ¿no le llevamos envuelto en esta manta al hospital esa noche que no paraba de llorar y la abuela decía que le diéramos té y al final desesperados e histéricos (el estado natural de un padre primerizo) nos fuimos a urgencias dónde la criatura le cagó toda la consulta al médico y se durmió como un bendito? Pues sí, no sé por qué nos hemos quedado con ganas de más.

Con todo, hemos tenido mucha suerte. He visto a gente desesperada, biberón en mano, porque el niño no coge la teta, o no duerme más de una hora seguida. Mi pequeño experimento europeo le cogió el gusto a la teta y a dormir con apenas dos días de vida. Y así sigue. Y sí, estoy convencida que esto, como lo de pasar un embarazo estupendo es mayormente una cuestión de suerte.

Pero querida amiga que te has pasado el embarazo vomitando y la crianza alternando la mastitis con el sacaleches, antes de que decidas odiarme por siempre, tienes que saber que el universo sólo me compensa por la que me hizo pasar el (los) días del parto. Mi parto fue una pesadilla tal que voy a recomendar a esa amiga que me está leyendo y pensando en tener hijos que salte directamente al siguiente párrafo. Así por dar un par de apuntes, nos pasamos casi veinticuatro horas en la sala de partos. De las últimas horas tengo recuerdos sueltos: yo gritando porque no venía el anestesista con la epidural, probando posturas a ver si la criatura giraba y salía de una puñetera vez, los 120 minutos gloriosos en que estuve bajo el efecto de la anestesia en medio de horas y horas de dolor, y el recuerdo de firmar finalmente la autorización en checo para la cesárea con la mano izquierda y sin gafas.

¿Podía haber influído yo las cosas de algún modo? No lo creo. El hospital en el que di a luz tiene un porcentaje bastante bajo de cesáreas. No creo que me la recomendaran por terminar el turno temprano. Por mucho que algún retrasado me pregunte si "voy a escoger cesárea otra vez", sé que es aún más idiota sentirse frustrada, o peor, culpable.

Pero eso no evita, claro, esa sensación que yo describo como "no quiero morir" y que me impulsa a dejar arreglados y visibles los papeles del banco. Mi media naranja, el ingeniero, gestiona la situación como él mejor sabe. Diciéndome que las estadísticas están de mi parte, y que si quiero busca los números exactos. Lo curioso es que sí que me alivia, porque aunque demuestre tener la empatía de un arbusto, me gusta que un argumento esté respaldado por números. Ese "va a salir todo bien" sin justificar me trae a la memoria películas dónde uno siente la tentación de gritar al protagonista "¡Qué no! ¿No ves que no va a salir bien? ¡No lo hagas!". Y en este caso ya no cabe la posibilidad de no hacerlo.

Así que ahí estoy yo, pensando en positivo, abrazando a mi hijo de un modo que si fuera un poco mayor me diría "¡quita, mamá, estás fatal!", absoluta y completamente cagada de miedo, y el seguro, con la misma sensibilidad que mi media naranja, me envía un folleto para la donación de órganos.

Igual sí tenía que haberme apuntado al yoga.


3 comentarios:

  1. Jajaja a mi también me mandaron el folleto de la donación, así que no te preocupes, no ha sido porque se han enterado de tu próxima estancia en el hospital. Vas a dar a luz en el Hallerwiese?

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    1. Sip, a ver qué tal. Me han dicho que está estupendo.

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  2. Sii son muy majos por lo general aunque el constante cambio de personal a mí me ponía un poco de los nervios. También era un rollo el coger habitación individual con acompañante,había que renovarlo cada noche. Pero lo demás muy profesional!

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