Me he vuelto a apuntar a un curso de alemán y la clase es genial. Sólo hay mujeres, pero de todos los colores posibles, y entre tantas nacionalidades, yo, claro, estoy encantada. Como estamos en un curso más o menos avanzado, la gente ya no se siente en la obligación de presentarse siguiendo el patrón del libro: me llamo blah, vengo de blah, trabajo en blah. Ahora las presentaciones son del estilo "Me llamo Nadia, he tenido una vida muy dura y ahora mismo estoy estupendamente. Me he cortado el pelo, me he comprado ropa nueva y voy a perfeccionar mi alemán". "Me llamo Anja y mi título de márketing aquí vale lo mismo que un Gutschine del Rossmann". "Me llamo Rosa y necesito mejorar mi alemán para ayudar a mi nieto con los deberes".
Es curioso que muchas olvidaron decir de qué país venían, y se libraron sin quererlo de eso que hacemos también sin querer que es vaciar sobre las personas que acabamos de conocer una especie de caja con souvenirs horteras del país que se acaba de mencionar. Porque si uno escucha "Me llamo Nadia y he tenido una vida muy dura" normalmente pregunta simplemente "¡vaya! ¿qué te ha pasado?" pero "me llamo Nadia, vengo de Iraq, y he tenido una vida muy dura" invita a otro tipo de preguntas, por mucho que mi marido diga que lo primero que le viene a la cabeza cuando digo "Iraq" es "Mesopotamia". Y el caso es que una discusión sobre la guerra y el Islam hubiera sido del todo irrelevante en este caso concreto, porque los problemas con los hijos no entienden de nacionalidades.
Cuando estudiaba en Holanda teníamos un amigo que cada vez que conocía a alguien tenía que dar su opinión sobre la situación en oriente medio. Parece ser que las frases "¿De dónde vienes?" "De Israel" Sólo pueden ir seguidas de "¿Y qué opinas de la situación en Palestina?" Yo he sido testigo de esto y, la verdad, pedirle a un erasmus en Holanda que te haga un análisis geopolítico mientras está jugando al ping pong, degustando una frikandel, o más frecuentemente, liándose un porro, se merece un "¡Fatal, chico, fatal!" por toda respuesta.
En fin, que me ha dado por pensar en cómo reacciona uno a lo internacional y me ha salido una clasificación, que ya me diréis si es acertada o no.
En una primera fase que podríamos llamar "de la paella y el traje de flamenca" y por la que todos hemos pasado, uno no ha salido de su casa, o si ha salido no se ha enterado y va llenando la caja de los souvenirs que tenemos en la cabeza con toda la mierda que acumula desde primaria. Todo va pa'dentro. Lo que ha oído por ahí ya ni sabe dónde "los esquimales tienen cientos de palabras para decir nieve", lo que ha visto dibujado en los libros infantiles "chinos amarillos con coleta", lo que sale por la tele "las casas ricas las roban las bandas de albano-kosovares"... En esta primera fase uno se cree todo lo que ve en los muros de Facebook y, aunque sin maldad, hace asociaciones atrevidas, gratuitas, y muchas veces desafortunadas "África-hambruna, alemán-nazi".
En una segunda fase, que yo llamo "eres muy rubio para ser español" se tiene un primer contacto con el extranjero. Quizá ha leído uno un libro, se ha hecho un amigo polaco, se ha aventurado a un viaje no organizado o se ha ido de erasmus así, directamente, y le ha dado un choque cultural que casi le deja tonto. En su caja de souvenirs mete todo lo que le llama la atención, por muy inconsistente que sea. Visita el museo del comunismo en Praga y después se compra una matrioska, se cree que el carácter de su conocido, el Japonés sicópata que colecciona Katanas, es universal en el país del sol naciente, y se piensa que en cualquier restaurante de Egipto le van a traer una pipa de agua. De esta fase son típicas revelaciones tipo "¡Pues Hungría está muy bien para ser un país comunista!" "¡ah! ¡Que en Grecia también tienen anís!" Es también cuando uno se mueve entre la vergüenza ajena y la ternura, con preguntas del tipo "¿los musulmanes podéis haceros fotos?" "¿Aquí no ponen pan con la comida?" "¿Eres de Eslovenia? ¿Cómo fue la separación de Chequia?". Es posible que uno intente entrar en algún edificio religioso enseñando los glúteos, y si le cuentas que el sol y sombra es la bebida de moda en España se lo crea.
Si uno le coge el gusanillo a lo extranjero, y viaja un poco, y lee, y hace amigos, normalmente entra en la fase multi-culti, que yo llamo "el Ribera, que sea Crianza". Uno se ha dado cuenta de que su caja de souvenirs está llena de porquería y se pone a seleccionar. El cristal de bohemia se queda, el toro de plástico se va. Uno ya sabe que no todos los rumanos son gitanos, ni los restaurantes en China sirven arroz tres delicias y no se le ocurre preguntarle a su recién conocido cubano si baila salsa o merengue. Todavía se le puede convencer de que en California es típico beber chupitos de whisky cuando llueve, pero es más difícil. Distingue la comida del norte y sur de la India, tiene algún amigo chino en Facebook al que desea feliz año nuevo a mediados de Enero y si conoce a un sirio, se guarda mucho de preguntar cómo llegó aquí, por lo menos en los cinco primeros minutos. Al contrario, va por el mundo siempre presto a censurar los comentarios pelín racistas y poner los ojos en blanco ante cada grupo de Viajes Halcón que enciende palitos de incienso en los templos de Bangkok. Le encanta conocer gente de otros países y a menudo tiene un comentario tipo "¿Eres de Singapur? ¿Qué están construyendo ahora?" Siempre con cuidado exquisito para no ofender, utilizando palabras como "gente de color" y portándose en ocasiones también, como un perfecto pedante.
Hay una última fase a la que sólo se llega cuando uno ha convivido un cierto tiempo en un país y que podemos llamar la del "cocido con chucrut". Uno ha vaciado su caja de souvenirs y ha colocado las cosas en la estantería del salón, y ahora la flamenca coge polvo al lado del osito con Lederhösen. No puede vivir sin jamón, pero tampoco sin poder ir al trabajo en bici, y conoce tantos tipos de salchicha como provincias tiene Castilla. Cuando le presentan a Hans, se interesa por Hans. Ya sabe que Hans viene de Alemania, pero interesarse por Hans el alemán tiene tanto sentido a estas alturas como interesarse por la nacionalidad de Ana María, la de Vallecas. Uno se ha ganado el derecho a decir "estos alemanes son unos nazis", porque ya son de la familia, porque ya se sabe que en Hamburgo como en Palencia de todo hay en la viña del Señor, y porque en cualquier caso si uno lo dice es con conocimiento de causa.
Yo, día a día me muevo en la última fase, pero cuando entro a clase de alemán soy la pedante que intenta adivinar de donde viene la gente por el nombre de pila y el acento, y por eso me gusta tanto. Me ha dado por pensar en que hubiera sido genial seguir sin saber de donde son ninguna de mis compañeras. Retrasar lo más posible el momento de preguntar cómo van las cosas en Camerún, o Túnez, o Venezuela, sin pensar (imposible evitarlo) si es raro o no lo es que una iraquí lleve o no pañuelo en la cabeza o preguntarme porqué hay tantas enfermeras ucranianas. Quizá es que quiero volver por un momento a no saber nada, a revivir la experiencia de descubrir por primera vez que el mundo es mil veces más rico y variado de lo que vemos desde nuestro pequeña madriguera.
En fin, profesoras de idiomas, ahí dejo la idea, para futuros primeros días de clase.
Es curioso que muchas olvidaron decir de qué país venían, y se libraron sin quererlo de eso que hacemos también sin querer que es vaciar sobre las personas que acabamos de conocer una especie de caja con souvenirs horteras del país que se acaba de mencionar. Porque si uno escucha "Me llamo Nadia y he tenido una vida muy dura" normalmente pregunta simplemente "¡vaya! ¿qué te ha pasado?" pero "me llamo Nadia, vengo de Iraq, y he tenido una vida muy dura" invita a otro tipo de preguntas, por mucho que mi marido diga que lo primero que le viene a la cabeza cuando digo "Iraq" es "Mesopotamia". Y el caso es que una discusión sobre la guerra y el Islam hubiera sido del todo irrelevante en este caso concreto, porque los problemas con los hijos no entienden de nacionalidades.
Cuando estudiaba en Holanda teníamos un amigo que cada vez que conocía a alguien tenía que dar su opinión sobre la situación en oriente medio. Parece ser que las frases "¿De dónde vienes?" "De Israel" Sólo pueden ir seguidas de "¿Y qué opinas de la situación en Palestina?" Yo he sido testigo de esto y, la verdad, pedirle a un erasmus en Holanda que te haga un análisis geopolítico mientras está jugando al ping pong, degustando una frikandel, o más frecuentemente, liándose un porro, se merece un "¡Fatal, chico, fatal!" por toda respuesta.
En fin, que me ha dado por pensar en cómo reacciona uno a lo internacional y me ha salido una clasificación, que ya me diréis si es acertada o no.
En una primera fase que podríamos llamar "de la paella y el traje de flamenca" y por la que todos hemos pasado, uno no ha salido de su casa, o si ha salido no se ha enterado y va llenando la caja de los souvenirs que tenemos en la cabeza con toda la mierda que acumula desde primaria. Todo va pa'dentro. Lo que ha oído por ahí ya ni sabe dónde "los esquimales tienen cientos de palabras para decir nieve", lo que ha visto dibujado en los libros infantiles "chinos amarillos con coleta", lo que sale por la tele "las casas ricas las roban las bandas de albano-kosovares"... En esta primera fase uno se cree todo lo que ve en los muros de Facebook y, aunque sin maldad, hace asociaciones atrevidas, gratuitas, y muchas veces desafortunadas "África-hambruna, alemán-nazi".
En una segunda fase, que yo llamo "eres muy rubio para ser español" se tiene un primer contacto con el extranjero. Quizá ha leído uno un libro, se ha hecho un amigo polaco, se ha aventurado a un viaje no organizado o se ha ido de erasmus así, directamente, y le ha dado un choque cultural que casi le deja tonto. En su caja de souvenirs mete todo lo que le llama la atención, por muy inconsistente que sea. Visita el museo del comunismo en Praga y después se compra una matrioska, se cree que el carácter de su conocido, el Japonés sicópata que colecciona Katanas, es universal en el país del sol naciente, y se piensa que en cualquier restaurante de Egipto le van a traer una pipa de agua. De esta fase son típicas revelaciones tipo "¡Pues Hungría está muy bien para ser un país comunista!" "¡ah! ¡Que en Grecia también tienen anís!" Es también cuando uno se mueve entre la vergüenza ajena y la ternura, con preguntas del tipo "¿los musulmanes podéis haceros fotos?" "¿Aquí no ponen pan con la comida?" "¿Eres de Eslovenia? ¿Cómo fue la separación de Chequia?". Es posible que uno intente entrar en algún edificio religioso enseñando los glúteos, y si le cuentas que el sol y sombra es la bebida de moda en España se lo crea.
Si uno le coge el gusanillo a lo extranjero, y viaja un poco, y lee, y hace amigos, normalmente entra en la fase multi-culti, que yo llamo "el Ribera, que sea Crianza". Uno se ha dado cuenta de que su caja de souvenirs está llena de porquería y se pone a seleccionar. El cristal de bohemia se queda, el toro de plástico se va. Uno ya sabe que no todos los rumanos son gitanos, ni los restaurantes en China sirven arroz tres delicias y no se le ocurre preguntarle a su recién conocido cubano si baila salsa o merengue. Todavía se le puede convencer de que en California es típico beber chupitos de whisky cuando llueve, pero es más difícil. Distingue la comida del norte y sur de la India, tiene algún amigo chino en Facebook al que desea feliz año nuevo a mediados de Enero y si conoce a un sirio, se guarda mucho de preguntar cómo llegó aquí, por lo menos en los cinco primeros minutos. Al contrario, va por el mundo siempre presto a censurar los comentarios pelín racistas y poner los ojos en blanco ante cada grupo de Viajes Halcón que enciende palitos de incienso en los templos de Bangkok. Le encanta conocer gente de otros países y a menudo tiene un comentario tipo "¿Eres de Singapur? ¿Qué están construyendo ahora?" Siempre con cuidado exquisito para no ofender, utilizando palabras como "gente de color" y portándose en ocasiones también, como un perfecto pedante.
Hay una última fase a la que sólo se llega cuando uno ha convivido un cierto tiempo en un país y que podemos llamar la del "cocido con chucrut". Uno ha vaciado su caja de souvenirs y ha colocado las cosas en la estantería del salón, y ahora la flamenca coge polvo al lado del osito con Lederhösen. No puede vivir sin jamón, pero tampoco sin poder ir al trabajo en bici, y conoce tantos tipos de salchicha como provincias tiene Castilla. Cuando le presentan a Hans, se interesa por Hans. Ya sabe que Hans viene de Alemania, pero interesarse por Hans el alemán tiene tanto sentido a estas alturas como interesarse por la nacionalidad de Ana María, la de Vallecas. Uno se ha ganado el derecho a decir "estos alemanes son unos nazis", porque ya son de la familia, porque ya se sabe que en Hamburgo como en Palencia de todo hay en la viña del Señor, y porque en cualquier caso si uno lo dice es con conocimiento de causa.
Yo, día a día me muevo en la última fase, pero cuando entro a clase de alemán soy la pedante que intenta adivinar de donde viene la gente por el nombre de pila y el acento, y por eso me gusta tanto. Me ha dado por pensar en que hubiera sido genial seguir sin saber de donde son ninguna de mis compañeras. Retrasar lo más posible el momento de preguntar cómo van las cosas en Camerún, o Túnez, o Venezuela, sin pensar (imposible evitarlo) si es raro o no lo es que una iraquí lleve o no pañuelo en la cabeza o preguntarme porqué hay tantas enfermeras ucranianas. Quizá es que quiero volver por un momento a no saber nada, a revivir la experiencia de descubrir por primera vez que el mundo es mil veces más rico y variado de lo que vemos desde nuestro pequeña madriguera.
En fin, profesoras de idiomas, ahí dejo la idea, para futuros primeros días de clase.
Me has sacado una sonrisa. Me he reconocido en todas esas fases. Un diez para esta entrada! Lo que me pregunto es si nuestros niños también pasarán por todas estas fases o directamente se irán a la última por haberse criado en un ambiente multicultural?
ResponderEliminarUn abrazo