miércoles, 1 de junio de 2016

La segundona

Las segundas, las pobres, son unas supervivientes. Más les vale. Para empezar, se encuentran con un panorama de cosas de segunda mano, que ríete tú de un Flohmarkt alemán. Yo nunca he sido de comprar mucho trasto, pero con el primero, una pica. Que si la bañerita, que si la cuna de colecho, que si mira qué conjuntito tan mono (que se va a poner un día, hasta que se lo cague entero, cosa que es preocupantemente factible). Y vas, y compras. A la pobre segundona le he comprado sólo una hamaca con música. Y porque tenía un bono-regalo.

De hecho hemos estado un mes en España sin equipamiento para bebés y no ha pasado absolutamente nada. No tenemos cuna porque la traductora de bolsillo se debe pensar que un día me la voy a olvidar en el súper (lo cual es preocupantemente factible, también) y grita como una loca si me separo un milímetro de ella. Para comer, sentada en el regazo, de un cuenco de los de postre y con una servilleta de babero. Le cambio los pañales encima de una toalla. La idea de una papelera específica para pañales me hace partirme de risa. Ni parque, ni hamaca, en su lugar, los ojos vigilantes de la familia, que en España abundan. Y de bañera, sí, avispado lector, un balde que tiene mi madre para tender la ropa. Lo único imprescindible, el carrito. Pero no el carrito con ruedas inflables, parasol, saquito y bolso a juego. Una sillita de paseo de las de a cinco euros el kilo que me he agenciado en una oferta por Internet.

Las primeras veces que entré en una tienda de bebés me colaron de todo: patucos, cepillo de dientes, libros en blanco y negro, polvos de talco, y una tendera espabilada me vendió unos pijamas de prematuro, porque, ¿cómo va a salir la criatura del hospital con las mangas del pijama colgando? ¿Y si están esperando los de Hola? Pero esta madre ya está de vuelta de todo.

-Buenas, quería una bañerita
-Tenemos esta que se hace cambiador por cien euros...
-Yo había pensado algo más... simple.
-Muy bien, tenemos esta muy cuca de Stokkes que se pliega y se queda en nada...
-Ya... no... Buscaba del tipo barreño. Y de marca blanca, si puede ser. ¿Por qué no me enseña la más barata que tenga? (Sí, mejor ir así de directa. Te miran como si le estuvieras regateando al bebé el número de guisantes en el potito, pero te acostumbras).
-Esta es la más económica. Necesitaría claro, las patas para ponerla de pie y el adaptador para bebés pequeños (aquí me entra la risa floja. Sí, hombre, y la esponja de prepucio de puercoespín ¡venga ya!). Serían treinta euros
-Me lo voy a pensar.

Con el primer hijo una lee mucho. A veces demasiado. Con la segunda una va tocando más de oído. La ventaja es que mamá tiene el oído mucho más fino. Antes de probar una comida nueva con el monstruíto trilingüe consultábamos algún libro, con Internet, o con una abuela "¿brócoli? ¡qué cosas hacéis ahora! ¡Déjate de inventos! Patata, zanahoria, puerro y un filetito de ternera lechal". Bueno, pues ayer le preparé a la traductora de bolsillo un potito casero de judías verdes con huevo cocido para chuparse los dedos. Parece que me he convertido en el tipo de persona que prepara un puré en cinco minutos así, a las bravas, sin buscar una receta, pesar cantidades y quemar una sartén o algo.

La pobre traductora de bolsillo ha venido a un mundo un poco más extremo que en el que que nació el monstruíto trilingüe. Es un mundo en el que su hermano tan pronto le tira un coche a la cara o la hace rodar en la cama como a una croqueta mientras se parte de risa. Un lugar en el que es preocupantemente factible comerse un cacho de play-doh en un descuido y un mundo en el que su padre ya no se desvive como antaño cuando la oye gritar. Pero también es el mundo en el que nadie le va a marear con té de hierbas para los gases, ni probar mil historias para que deje de llorar. Ahora mamá sospecha acertadamente que la papilla de cereales con agua en lugar de leche es lo que le ha sentado mal, y mamá sabe qué llanto es de sueño y qué llanto pide un cambio de pañal (para los demás, todo es hambre). Porque mamá a veces va tan zombi que acuna el carrito vacío mientras la nena está olvidada en la alfombra del salón, sí. Pero puede decir con orgullo que la entiende mejor que nadie. Porque ahora mamá es el doble de madre.

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