lunes, 16 de abril de 2018

Entender a los niños

¿Te acuerdas de cuándo tus padres eran terribles? Seguro que alguna vez llegaron tarde a recogerte al colegio, o se negaron a comprarte la Barbie que querías. Puede que fueran un desastre ayudándote con las matemáticas, o como a mi padre, les diera por enseñarte a contar en binario en lugar de a sumar con llevadas (en base diez).  Puede que fueran de los que nunca te llevaron al dentista, o de los que no te dejarían probar un bollycao ni aunque el mundo se acabara mañana. Y sobre todo seguro, seguro, me apuesto lo que quieras, a que no te entendían. O te preguntaban si te duele el estómago cuando estabas atravesando una crisis existencial, o te decían que tuvieras cuidado de no quedarte embarazada cuando sufrías porque el chico de tus sueños ni te miraba.

Cuando yo tenga hijos lo haré mejor, es lo que toda madre se dice a sí misma. Yo les voy a escuchar con calma, no puede ser tan difícil. Mi madre, la pobre, no tenía tiempo, pero las cosas han cambiado y yo lo tengo mejor que ella. Mi maromen es diferente. Tengo una secadora, una Roomba y una babysitter. Les voy a preparar zumos de fruta fresca todos los días y jamás les voy a gritar. Voy a ser la mejor amiga de mis hijos... ¡Ja! y ¡Ja! ¡Pasen y vean! Aquí en este cajón es dónde guardo todas mis buenas intenciones. Miren, miren ¡qué hermosura de propósitos! ¡Qué pensamientos más positivos! ¡Qué desperdicio de grandes proyectos!

¿Cuánto tiempo tarda una desde que nace el retoño y todo es determinación y promesas, hasta que se da cuenta de cuánta razón tenía su madre?
¿Cuándo se llega a empatizar al cien por cien con los propios progenitores?

Para mí todo empezó ese día en el que al monstruito le dio por gritar y revolcarse en la nieve porque tenía las manos frías pero no quería ponerse las manoplas. Entonces me empecé a dar cuenta de que los niños pueden resultar complicados de entender.

Y me temo que la falta de entendimiento con la descendencia sólo va a peor.

Ayer por la tarde al salir de la guardería, la traductora se paró en seco enfrente del escalón al que normalmente trepa, miró hacia un punto indeterminado y se puso a gritar como si hubiera visto un fantasma. Sin dejar de llorar vino a esconderse entre mis piernas. Me asusté. Me agaché e intenté calmarla, pero seguía gritando aterrorizada. ¿Qué te pasa? ¿Te duele algo? ¿Qué te ha hecho daño? ¿Tienes miedo? ¿Qué ha pasado? La respuesta de la traductora, por supuesto, la misma vocal en el mismo tono de Valquiria herida en batalla. Observé el escalón. Ahí no había nada. Le miré las manos, los pies, le quité la cazadora para palpar cada brazo y cada pierna. La cabeza. Nada. Volví a mirar el escalón con más cuidado. ¿Qué vi entonces? Hormigas.
Sí. Hormigas
La cosa terrorífica eran hormigas
Tuvimos que sentarnos durante un cuarto de hora, hablar sobre el tema, acercarnos con mucho cuidado a las cosas terribles. Tuve que coger una hormiga y ponérmela en la mano ¿ves? No pasa nada. (Por favor, incluyan "manipular bichos" en la lista de responsabilidades de una madre).

Así que ¿dónde estábamos? ¡Ah, sí! Mis padres... He pasado por las fases de "se puede hacer mejor", "lo hicieron lo mejor que pudieron" y ahora estoy en la de "ojalá llegue a hacerlo tan bien como ellos".


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