martes, 20 de noviembre de 2012

Inmigrantes


Una cosa que me pasa en Alemania y que nunca me había pasado en Chequia es sentirme inmigrante. Léase inmigrante en el sentido de las frases siguientes, alguna de mi madre, por cierto: “Este año, al colegio, nos vienen muchos inmigrantes” “en ese barrio hay inmigrantes, drogadictos, prostitutas, de todo” “recogieron a treinta inmigrantes en una patera” “los inmigrantes colapsan la sanidad”.

En mi sana modestia nunca me he considerado una inmigrante. Siempre me he visto como una joven profesional que se mueve libremente, como no podía ser de otro modo, dentro de este continente nuestro que es Europa. Dicho lo cual, como cualquiera que alguna vez haya tenido que gestionar un visado, bendigo el tratado de Schengen y el euro como si fueran respectivamente el meñique y el índice incorruptos de Santa Teresa.

Soy consciente de que por mucho que quiera evitarlo, todos tenemos prejuicios que no tienen cura. Lo único que se puede hacer es intentar no transmitirlos a nuestros hijos para que no crezcan pensando que los chinos se dibujan con trenza, los americanos son incultos y obesos y las checoslovacas emigran a España, y no al revés.

Además, los estereotipos cambian, y no siempre en beneficio de uno. Mi vecina me contó que viendo las noticias sobre España su marido y ella se preguntaban si conocían algún español. Les costó un buen rato darse cuenta de que su hijo había pasado la tarde en casa de una. Parece ser que ya no doy el perfil.

Y no me extraña. Inundados por las noticias de millones de españoles que se hacen un cursillo de alemán y cruzan los Pirineos con un salchichón bajo el brazo y una foto de Merkel en el bolsillo, huyendo de la hambruna, creo que mis vecinos en busca de ibérico, tenían en mente a un ingeniero bajito y peludo con camiseta blanca de Abanderado y pañuelo atado con cuatro nudos en la cabeza.

Para empeorar las cosas, mientras que en Praga me codeaba con los americanos en bares de “expats”, en Nuremberg visito regularmente el centro Gallego. Así que entre los prejuicios, las noticias, y lo altos que son los alemanes, me acaban dando arrebatos en los que me recuerdo a mi madre, esforzándome por poner el yogur y su tapa en sus correspondientes contenedores de basura, y sacar al niño impoluto de casa, no vayan a decir los vecinos que somos unos inmigrantes.

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