miércoles, 28 de noviembre de 2012

Mula, buey, y supernova

Las que tenemos tiempo para dedicar a nuestros hijos nos pasamos gran parte del día preguntándonos cosas que alguien con tres retoños ni se plantea. ¿Cuánto tiempo puede ver la tele? ¿Son malos los sándwiches de atún con pan blanco? ¿Voy a coartar su libertad individual si le baño a la fuerza? ¿Se convertirá en un sicópata si le digo que los perros no van al cielo?

La religión en particular parece ser el nuevo sudoku educacional para madres. En otros tiempos los grandes temas no se trataban en casa. La respuesta a la frase, "me ha dicho la profe que cuando morimos vamos al cielo" era "muy bien. ¿Te has lavado las manos? Siéntate a comer, anda". Si mi madre no estaba para chorradas con dos hijas, imagínate mi abuela. Lo bueno es que entonces las cosas eran más simples. Cuando uno se moría se iba al cielo. Y punto. Y estaba bien. Si uno se pone a profundizar en temas religiosos puede encontrarse en la situación de tener que explicar a un niño qué es una virgen, por qué Dios permite el sufrimiento en el mundo, y después de las últimas declaraciones del Papa, enfrentarse a cómo hacer una supernova con cartón y papel de plata.

Las nuevas madres son a veces agnósticas, en el peor de los casos, ateas, y tienen menos hijos y mas tiempo para pensar en como decirle a un niño sin traumatizarle que la idea de un señor con barbas sentado en una nube es, aparte de misógina, poco plausible. Lo que yo personalmente he decidido es decirle a Dani que sí, que los peces de colores van al cielo. Más aún, no voy a oponerme a que le hagan aprenderse los nombres de los cuatro evangelistas y los tipos de pecado que hay en el catecismo. ¡Que cante villancicos y monte el belén, con su mula, su buey y su supernova! ¿Por qué? Pues porque no quiero que cuando tenga dieciséis años le entre la curiosidad y la rebeldía y se meta a fraile o a un curso de Reiki. Y si lo hace, que sea con conocimiento de causa. Sé que es una manera un tanto radical de formar el pensamiento crítico, pero funciona. Pregúntennos a las niñas de colegio de monjas.

¿Porqué no formarle entonces en el hinduismo, o el Islam? Podría ser, pero tiene ciertas desventajas, la mayor de ellas, que mi niño no podría cantar villancicos. Y aunque me encanta la creatividad de las historias de los dioses hindúes, es difícil que Dani se crea que Dios cortó la cabeza a su hijo y le puso la de un elefante que pasaba por allí. Para conseguir que algo así acabe sonando razonable tiene que haber cierta consistencia entre la casa, la escuela y la tele.

Sí, me preocupa un poco que dejarle creer ciertas cosas es arriesgarme a que la escuela y los amigos acaben decidiendo la religión de mi hijo, pero ¿no es lo que va a suceder de todos modos? Al menos así tengo más tiempo para reflexionar sobre las cosas que sí puedo controlar. Como decidir si los sándwiches de pan blanco con atún son veneno.

1 comentario:

  1. Tuve un pensamiento parecido el otro día. Estaba hablando con un argelino que iba a visitar Andalucía sobre el Islam en España. La conclusión era que no nos hacemos una idea real de lo que preocupaba realmente a alguien en la Edad Media. Hoy no nos morimos si cogemos una pulmonía o si cae el pedrisco en mayo. Vivimos muy bien, tenemos comida, maquinaria y medicina que nos dan tiempo. Tiempo de preocuparnos de si van a poner una mezquita en las Palmas o de saber lo que es un talibán. Tiempo de entender que todos los animales no cabrían en un "arca". Que nunca hemos visto un barco denominado "arca". Tiempo de ver más razonable a Lamarck y a Darwin que a Isaías. Tenemos tiempo para pensar que abrasar a un judío es una barbaridad. Tiempo para compararnos a los verdugos de no sé qué niña cristiana de un país de moros malos y sentirnos civilizados y limpios. Respecto de esto último, es bastante curioso que la aparición de los espectáculos modernos, del deporte, de la radio y de la TV coinciden históricamente con la desaparición de los suplicios y ejecuciones públicas de los enemigos de la Fe en casi todos los lugares.

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